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viernes, 20 de enero de 2012

Las estrellas se pueden contar

¿Tú oyes como late mi corazón?
Yo no, se debe de haber descargado.
O no, quizá sí se perciba el fantasma de un latido.
Y todavía se quedará así un tiempo.
Me tocará acordarme de él y será triste o quizá sea bonito, será ridículo o quizá sea muy serio.
Me acordare de él, de lo que hubo y de lo que no habrá, de lo que me hubiera gustado que hubiera y no había.
Sin embargo, esta noche me hago una promesa: nunca más dejare que me tomen el pelo, no me arreglare para ir a una cita, ni esperare llamadas que nunca llegan, ni me pondré a imaginar la sonrisa, la nariz, el pelo de posibles amantes, ni me moriré de pena, ni me preguntare si quiere un beso o algo más, si es que llega el momento de perder la cabeza de verdad.
Amare las canciones, los libros, el mar, las puestas de sol, los arboles... Sé que siempre estarán ahí, para mí.
El amor de los hombres es distinto, se va moviendo, va pasando de una cama a otra.
¿Y donde está el ahora?
Quizá ya haya vuelto a su casa, a sus sabanas, y quizá, por un segundo, también el se lo pregunta: ¿por qué?
¿Por qué se acaba? Y sobre todo, ¿por qué empieza?
Cenas de sonrisas, piernas cruzadas, manos que se sienten solas... ¿Por qué empieza?
Con las personas más absurdas, con esas que si las conoces las evitas, con esas con las que nunca funcionará aunque te parezca por un instante que va de maravilla... ¿Por qué empieza?
No consigo encontrar una respuesta válida, ni una sola. Y pienso que me he equivocado en todo, desde el primer momento.
Y me pregunto qué habría pasado si lo hubiera besado allí, delante de todos, si hubiéramos bebido juntos el agua de esa fuente en la plaza e Trevi, si no hubiera leído su móvil, si le hubiera envidado un mensaje, uno de vez en cuando, si hubiera apartado su cuerpo del mío, esa vez, esas veces.
Quizás hubiera sucedido lo mismo, quizá no.
Quizás haya sido mejor así.

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